viernes, 2 de noviembre de 2012

Encuentro de un viaje inesperado

ENCUENTRO DE UN VIAJE INESPERADO

Días atrás había recibido una citación del consorcio del departamento de Mar del Plata, pues querían hacer unos arreglos en el edificio y necesitaban que todos los dueños se hicieran presentes.
Al llegar a la Terminal de Micros, hube de enterarme, una vez más, que debido a una protesta de los empleados, el servicio estaba interrumpido hasta nuevo aviso.
Ante el inesperado inconveniente, me acerque a la Estación de Constitución y luego de sacar el pasaje, me apreste a tomar ubicación.
El asiento que me correspondía estaba ocupado por una señora y su hijo, quien amablemente me pidió cambiar de ubicación, a lo que accedí con agrado.
Luego de ordenar la maleta en el portaequipaje saludé a mi ocasional vecina, recliné el asiento  y me dispuse a leer el libro elegido que me acompañaría en el trayecto.
Había pasado una hora de la partida y el tren se detuvo por segunda vez, el guarda nos informó que un desperfecto en la máquina demoraría la llegada a la Costa.
Esa situación y los comentarios de rigor, fueron las primeras palabras que intercambiamos con la ocasional compañera de penurias. Aprovechamos para presentarnos, Patricio es mi nombre, ella se presentó como Verónica.
Era una mujer de unos 40 años, bien parecida y por lo poco que pudimos conversar se notaba agradable.
La espera sirvió para que la charla se extendiera, así que luego de más de ocho horas, al llegar a destino convinimos en continuar la conversación al otro día a las siete de la tarde en la Confitería Boston.
El encuentro duró más de lo previsto, la noche estaba opacando el día, así que me pareció amable invitarla a cenar.
Nos dirigimos hasta uno de esos restaurantes ubicados en la calle San Martín y compartimos una velada más que interesante.
La acompañé hasta el hotel donde se hospedaba, ya que en la mañana tenia que recorrer una serie de negocios, pues era la representante de una importante marca de mallas.
Antes de retirarme pregunté si por la noche nos podíamos volver a ver y aceptó el ofrecimiento. Detrás de esa invitación se escondía la causa, escudriñar esa personalidad tan intrigante y saber que había debajo de esa piel.  
Esa noche cavilaba sobre el ocasional encuentro y las charlas intimas que habíamos compartido.  
Detrás de esos grandes ojos y la sonrisa encantadora, como buena vendedora, demostraba una personalidad que me intrigaba.
La impresión recibida en el tiempo que compartimos la presentaba como una mujer dual. En una predominaba la pasión arrolladora temporal, la otra menos expuesta, la posibilidad de formar una pareja estable.  
Me llamó mucho la atención argumentos y posiciones en cuanto a la vida. Había estado casada tenía tres hijos, y luego de un tiempo decidió divorciarse, pues la monotonía en la relación la agobiaba.  
Era una persona muy particular, yo diría especial.
En más de una oportunidad confundía sexo con hacer el amor. Creo que el sexo estaba en sus entrañas y cada tanto lo resolvía en las sabanas de un hotel alojamiento con algún caballero circunstancial, pues eso era lo que a ella le servía.
El servía lo utilizaba como dos acepciones servir de utilizar  o servir del servicio de fecundación a la hembra, situación que manejaba con absoluta habilidad.
Pese a todo pensaba que si esa soledad, era la responsable de la falta de amor o de algún amor no correspondido.
Pedía honestidad situación esta que no se correspondía con sus actitudes, pese a no tener pareja.
Aprovechando el tiempo  entre la reunión del consorcio y el nuevo encuentro, me dispuse a caminar un rato por la arena y deleitarme del mar.
Que diferente es la vida cuando disfrutas del tiempo sin obligaciones inmediatas, observaba a una pareja de ancianos tomados de la mano,  una mujer paseando a su perro, una gitana ofreciendo adivinar  el futuro, jóvenes trotando por la arena y al girar la cabeza sobre la avenida se observaba otra vida.
Personas ataviadas de traje con paso apurado, alienados esperando ganarle al tiempo.  
Cuantas vidas y que bien diferentes de transitarla, pensaba si  las circunstancias son las que nos llevan a ser como somos   o si desde nuestra esencia  determinamos el destino y la forma de caminar la vida.
Así fue pasando el tiempo hasta que llegó la hora del encuentro.
Cuando la vi llegar su prestancia y forma de caminar me impactó, mi conciencia se abrumó.
Pero mi cabeza estaba clara, no me quería convertir en uno más de su lista, no quería que mis escrúpulos hicieran de ella una más de las mujeres que se cruzaron en mi camino, pues yo también había engañado sin el menor asombro de escrúpulos.  
La cena había terminado y aún la noche estaba en pañales, así que comenzamos a caminar por la rambla.
Por un instante el silencio nos invadió percibí que ignoraba mi presencia, aproveche entonces en repasar algunas de sus expresiones las cuales no sabía si eran declarativas o reales.
“A veces, cuando renuncias a alguien, no es porque no te importe, sino porque te das cuenta de que no le importas. Detrás de una sonrisa, hay una historia que nunca entenderías. Lo peor de todo es que tratan de sanar las heridas cuando ya están las cicatrices”.
Ya habíamos caminado bastante y la noche nos estaba cubriendo con su manto. La acompañé hasta el hotel y quedamos en volvernos a ver al regresar a Buenos Aires. Un beso en la mejilla fue la despedida.
Debo decir que la espera se me hizo interminable, en el regreso a casa imaginaba el futuro encuentro, sobre que podría pasar, si me iba a mantener en mi postura de saber el interior de sus pensamientos o si terminaríamos en algún hotel alojamiento.
La noche anterior al encuentro casi ni pude dormir, los nervios afloraron como en la primera cita en mi juventud.
Esa mañana de sábado me levanté temprano, fui a la peluquería, me afeité y elegí especialmente la ropa que luciría esa noche.
La pasé a buscar por su casa, noté como nunca antes, el brillo de sus ojos claros y las mejillas rosadas que se confundían con la luz de la noche.
El beso de bienvenida junto al roce de los labios por mi mejilla fue impactante.
Luego de las palabras de rigor elogiándola por su presencia, elegimos un restaurante donde la intimidad se imponía.
Durante toda la cena nos mirarnos a los ojos y decidimos enamorarnos. El silencio otorgó, la sonrisa confirmó y la mirada habló.
Han pasado algo más de nueve años, lamentablemente ella ya no está, pero aún conservo en mí, sus labios y aquella primera cita. Mi recuerdo a la persona con la cual conocí el amor en serio.  A veces, las malas decisiones nos llevan a los lugares correctos.

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