sábado, 24 de julio de 2010

¿Estas Alli?


LA VIDA Y LAS CIRCUNSTANCIAS
ASÍ COMO NOS HA ENCONTRADO,
EN ALGÚN MOMENTO NOS SEPARARÁ.
SOLO HAY ALGUNOS MOMENTOS FELICES,
LA FELICIDAD NO ES ETERNA,
ASÍ QUE HAY QUE APROVECHARLA
CUANDO LLEGA


Siempre había soñado en poder construir un pequeño hotel o unas cabañas, para vivir de otra manera y salir del stress que me producía la gran ciudad. Interiormente me decía soy humano puedo cambiar.


Con ese objetivo visite por primera vez un pueblito serrano denominado San Javier, al pie del Champaquí, un cerro de algo más de 2.700 metros, el más alto, de la Provincia de Córdoba.
Tanto me agradó la zona, que decidí investigar con el fin de invertir en una fracción de tierra y poder concretar ese sueño.


Como típico pueblo serrano detenido en el tiempo presentaba su plaza principal, con una frondosa arboleda y en el centro una aljibe originario de los primeros pobladores, la iglesia y un almacén de ramos generales que aún mantenía el palenque en donde los paisanos amarraban los caballos cuando bajaban de las sierras en busca de alimentos y algún trago.


Busque referencias, me acerque a gente del lugar para averiguar cuáles eran los precios que se manejaban y me contacté con el propietario de una inmobiliaria, con el cual quedamos al otro día salir a ver diferentes propuestas.


Al tocar las ocho, el sol ya estaba presente. Sentí una rara sensación como que febo me estaba abrazando, aún cuando a lo lejos unas nubes grisadas prepoteaban detrás de las montañas con una de esas lluvias de verano.


José, el propietario de la inmobiliaria me pasó a buscar pasadas las 9 de la mañana y comenzamos con el itinerario.


Era un hombre alto, con unos inmensos bigotes, el color de su cara rosada contrastaba con un sombrero de ala ancha oscuro, un pañuelo anudado al cuello azul que combinaba con una camisa de color celeste claro, unos pantalones tipo bombachas de gaucho y unos zapatones con suela de goma negros impecables, típico atuendo de los hombres de campo, gauchazo y simple por naturaleza.


El recorrido propuesto era un tanto extenso, pero me venía muy bien para posicionarse y tomar alguna decisión. Así que termo y mate en mano nos dispusimos a emprender el itinerario.
Variados resultados acompañaron aquel derrotero. Desde los muy interesados en vender, a otros mas reacios, que contrastaban con la actitud de José que no quería perder la oportunidad de generar una venta.


Al atardecer cuando el sol se escondía detrás de las montañas, dimos por finalizada la búsqueda.
José me pidió entonces que lo acompañara a entregar una encomienda en un campo cercano y accedí con gusto.
Al llegar nos recibió una señora. Luego del protocolo de las presentaciones, me enteré de su nombre: “Penélope”.


Por su tonada particular, le pregunté sobre su origen, soy Peruana contestó, pero hace mucho tiempo que ando por estos pagos.


Comenzamos a hablar como si fuéramos viejos conocidos, es que el lugar y las circunstancias daban para ello. El mate fue el complemento y la razón de la invitación a compartir un almuerzo al día siguiente.


A fin de cumplir con el compromiso, me levanté temprano, luego de afeitarme y asearme me vestí con buenas ropas con el fin de dar una grata impresión.


Llegue hasta el centro del pequeño poblado, compré un postre, helado de variados gustos, pues según dicen las buenas costumbres, no llegar con las manos vacías.
Al arribar Penélope me hizo pasar a la casa.


En un sillón un señor estaba leyendo un libro. El es Juan Manuel, mi amorcito. Comenzamos a charlar y me invitaron con unos mates.


Eran una bella y distinguida pareja, de esas que da gusto sentarse a escucharlos. Me hicieron sentar al costado de una estufa a leña, enfrente de un sillón de estilo francés donde ellos se ubicaron.


Siempre nos sentamos aquí, me dijo, mientras se acomodaba la peineta entre los bucles de su pelo rubio ondulado, y me observaba con sus ojos verdes claros que parecían dos luceros.


Lo compramos en una subasta de usados hace muchos años. Fue nuestra primera adquisición en pareja, es por ello que le tenemos un gran cariño.


Se miraron de manera cómplice y ambos rieron recordando la discusión que habían mantenido en aquella oportunidad sobre el color del gobelino con la que finalmente lo tapizaron.


Había llegado el presagio del día anterior, una tormenta se apropió de nuestra atención. Observábamos por un amplio ventanal la lluvia, que picoteaba la ladera de la montaña, esas lluvias de verano de las que hacen globitos sobre el piso, intensas que muy bien le venía a las plantas, en especial a la huerta, y el olor característico de la tierra cuando recibe una caricia del cielo.


Así comenzó ésta historia, tal vez por casualidad o por capricho del tiempo. Casi todas las tardes nos sentamos en éste sillón a conversar, dijo sonriente Penélope.


Me llamaron la atención sus miradas picaras y sus gestos cómplices, como invitándome a participar de un estado idílico que solo recordaba haber transitado cuando era pequeño en algún libro de fantasías de Disney. El lugar parecía mágico, un cuento de hadas.


El olor que provenía de la cocina era intenso y delicioso que me hizo recordar la cocina de mi abuela.


En un momento me sentí ajeno e ignorante de ese mundo mágico que habían creado. Era apenas un espectador privilegiado participando de sus mundos.


Así que con la idea de saber como le habían dado vida a ese mundo de sentimientos pregunte ¿cómo se habían conocido’ y ¿cómo lo lograron? – Inmediatamente me contestó Juan Manuel, no dejando que el cerebro interfiera con el corazón.


Como era previsible, Penélope tomo la palabra. Fue un 30 de enero cuando nos conocimos por casualidad. Juan Manuel, caminaba por el mundo solo en busca de su destino. En fin estaba en ese peligroso período de quedarse “solo con sus ideas”.


Me llamaba poderosamente la atención la expresión Penélope, cuando hablaba de él. Se transformaba, una amplia sonrisa la invadía. Me hacía acordar a esas parejitas de novios que recién se conocen.


El ruido avisó que el agua del último mate se había terminado. Así que Penélope se disculpó y fue a la cocina a terminar el almuerzo.


Juan Manuel aprovechando ese momento siguió con el relato. Un día viernes de verano, y la inesperada invitación de un amigo me sacó de mi rutina.


Pese a no decírselo, valoraba mucho la actitud de éste amigo, que gastaba su tiempo procurando que yo encontrara a alguien con quien compartir éste espacio de mi vida.


Las casualidades, hicieron que en la mesa contigua, se encontrara un grupo de jóvenes mujeres, que al igual que nosotros, habían decidido pasar un rato agradable.


Me llamó la atención una atractiva rubia de pelo ensortijado, con una amplia sonrisa y unos grandes y vivaces ojos claros.


Luego de cenar la música hizo lo suyo y la invitara a bailar, y así seguimos hasta bien entrada la noche. Algo nos estaba pasando, complacientes miradas e insinuaciones, hasta la paz que nos transmitíamos, hicieron lo suyo, me acerque y le di el primer beso.


Fue tanta la atracción que ambos decidimos ver amanecer juntos por primera vez. Las charlas fruto de saber quiera era cada uno fue progresando.


Así que yo empecé como forma de seducirla, con algunas cosas que recordaba de haber estudiado sobre su Patria y hasta me animé a recitarle la letra de “La flor de la Canela”, de Chabuca Grande, cuando dice, déjame que te cuente limeña, déjame que te diga la gloria del ensueño que evoca la memoria del viejo puente, del río y la alameda y para no quedar excluido de las recordaciones ensayé una suerte de presentación del tema Fina estampa", cuando dice caballero de fina estampa, como si era eso lo que tenía que para ofrecer.


Juan Manuel era un compilado de esos primeros momentos, como el recordarlo lo regresaba al inicio de la relación. La montaña siempre había sido su debilidad, y llegar a los picos escarpados en la cúspide de los Andes, era un desafío y un sueño a cumplir
Pero sobre todo Juan Manuel siempre había soñado con conocer Machu Picchu, la ciudad perdida de los Incas.


Había estudiado los templos, su construcción en granito, los acueductos, las fuentes, las tumbas, las terrazas, la cantidad y variedad de las escaleras en definitiva su espléndida arquitectura, sus muros inclinados que por más de setecientos años se mantuvieron en un casi secreto hasta que en el año 1911 Hiram Bingham, lo descubrió, asombrando a el mundo.


Imaginaba transitar por el impresionante escenario, llegando por el sendero del inca, tratar de entender, el porqué se construyó allí, imaginaba si fuerzas extraterrestres habían colaborado y el porqué tan importante civilización había desaparecido y entender el lugar y porque de aquellas historias de las mujeres elegidas. De regreso Penélope nos invitaba a pasar a la mesa.


Entonces Juan Manuel le preguntó si era ella “la mujer elegida”, ella lo miró con cara de sorpresa, no se esperaba esa pregunta, pero no supo que contestar, lo miró y desparramo una gran sonrisa, como presagiando que aun seguía enamorada.


La charla y los momentos eran de lo más informales y espontáneos y enriquecían el encuentro.
Sobre la mesa unos hermosos cuencos estaban esperando hincarles los dientes.


Nos esperaba la Carapulcra una típica comida peruana a base de papa, carnes de cerdo y pollo, ají, cebolla, maní tostado y molido, clavo de olor entre otras cosas que resultó una exquisitez, luego nos trajo un plato que llamó Cau-Cau, cuya base era el mondongo y el cilantro entre otras cosas que competía por llevarse el título con el anterior manjar.


En una mesa contigua, dulce de Mazamorra Morada y el Arroz con Leche, concluía la escena gastronómica. La lluvia seguía cayendo, pero había disminuido la intensidad, los platos eran una exquisitez y había probado cada uno de ellos. Solo me quedaba agradecer felicitar a Penélope.
Habíamos hablado sobre el encuentro sobre cómo se habían conocido pero a esa altura nada sabía de la vida de Penélope. Así que pregunte sobre cómo había llegado a estos pagos y como había sido su vida.


Penélope había transitado por una vida de desafíos. Desafió casarse tuvo dos hijos, y desafió el mudarse a otro país junto a sus hijos buscando otro destino, como una formula de liberarse, de un amor terminado.


No le había sido fácil, ser padre y madre, añoraba su familia, a sus padres y a sus hermanos, pero sentía la presencia, custodia del hermanito que siendo apenas un niño había partido.


Ya se había hecho tarde, y llegó la hora de retirarme, les agradecí el encuentro, el almuerzo y el momento tan feliz que había pasado, recibiendo de ambos una invitación a volver cuando regresara por esos pagos.


Regrese a la cabaña, y me puse a repasar las conversaciones y lo que había vivido. Recordé inmediatamente una frase de Borges “Uno está enamorado cuando se da cuenta de que la otra persona es única”. Eso me pareció que a ambos le sucedían.


Había sido tan grande el impacto como mudo espectador, que empecé a repasar las charlas, llegando a una conclusión de cómo se pueden borrar las marcas para atenuar los recuerdos, cuando se encuentran dos personas que construyen un presente y en especial imaginan un futuro juntos.


Los precios y circunstancias no me permitieron cumplir el sueño de poder realizar el emprendimiento en la zona, así que emprendí el regreso a casa.


Debo decir que cada tanto recordaba ese momento y el tiempo que había compartido con esas personas.


Así que habían pasado cerca de nueve meses, para fines del mes de octubre decidí regresar y visitar esa casa y sus habitantes a la que interiormente llamaba, “El Hogar de los Disney”. Salí de Buenos Aires temprano, calculando poder llegar para tomar unos mates.


La noche anterior me había dedicado a preparar una torta y unos bizcochitos porque entendía que era una manera de poder ofrecer algo hecho con mis propias manos.


Así que luego de desempacar en la cabaña que había reservado, salí rumbo a mi destino. Al llegar abrí la tranquera, luego de cerrarla, empecé a notar una cierta desmejora en el camino y en el cuidado de la huerta.


Llegue finalmente a la casa y solo un perro salió a recibirme. Toque la campana y esperé pacientemente que alguien apareciera.


Parecía que no había nadie, ya estaba a punto de retirarme e incluso había escrito un mensaje para dejarles a los amigos que había firmado “como un amigo de la tienda de la vida”, que regresaría para visitarlos.


Puse el coche en marcha cuando de repente a caballo apareció Juan Manuel, lo mire y ya no era ese ser tan especial que había conocido, habían pasado apenas nueve meses de la visita, pero su aspecto era bien diferente, denotaban el agobio de un dolor.


Los hombros caídos, las piernas arrastraban una pesada carga y esa sonrisa picarona que lo caracterizaba había desaparecido.


Me dio la mano y su primer comentario fue: ahora soy un muerto, en un cuerpo vivo, pues Penélope falleció el pasado martes 6 de octubre, de un ataque al corazón.


Me abrazó y juntos lloramos la pérdida de tan bella persona. Las Palabras de siempre ante la pérdida de un ser querido no sirven demasiado para el alivio, pero aun así trate de consolar a ese hombre que necesitaba un apoyo.


En ese momento se posó una rara mariposa blanca con una franja roja en el alero de la casa. La miramos absortos, como si Penélope estaba allí mirándonos e invitándonos a compartir nuevos momentos, que por supuesto ya no serían los mismos.


Pasamos juntos toda la tarde, ya no estaban los platos de comida hechos por Penélope, pero sí su presencia, pues Juan Manuel conservaba la casa tan impecable como cuando la había visitado anteriormente.


No sabía cómo poder despedirme, ya había entrado la noche, le di un fuerte abrazo y prometí regresar.


Al salir de la casa prendimos la luz que en la arcada de ingreso a la casa me iluminaría hasta el auto y para sorpresa de ambos la mariposa blanca con la franja roja estaba allí, revoloteándonos.


Ambos entonces supimos que Penélope nos había acompañado en el encuentro, pero para mi mayor sorpresa ella me acompaño batiéndose delante del coche hasta que cerré la tranquera del campo y luego desapareció. Esta es una historia real aunque a usted o a vos te parezca que es la imaginación de alguien que apenas cree que juntando vocales y consonantes tiene algo que contar. Una historia de amor, que la vida me regalo.

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