sábado, 24 de julio de 2010

A VECES NOS PASAN COSAS

Las reuniones semanales de los amigos siguen su curso. Cuatro somos los compinches, que cimentamos ese sentimiento de amistad, reuniéndonos y conservando la tradición y el orden.
Debido a las diferentes personalidades y características de cada uno nos autodenominamos los mosqueteros.

Cada uno de esos encuentros se completaba con una reunión gastronómica. Esta vez el menú serían unas lentejas.

Así que los 750 gramos de lentejas, una cebolla, unos 200 gramos de una panceta ahumada, un chorizo colorado, una olla de caldo y el resto de los condimentos, se lucían sobre la mesada a la espera de otorgarnos una fiesta.

Hoy tendría que cocinar Juan y su ayudante sería Tono. Delantal sobre su cintura puso manos a la obra.

El ruido de la cacerola no se hizo esperar, el olor empezó a invadir el lugar, mientras tanto las conversaciones del día versaban sobre los temas acostumbrados, fútbol, política, marcha del país y la vida familiar.

Había pasado una hora y media, los platos ordenados al igual que el resto de la vajilla sobre la mesa y todos los comensales expectantes esperaban las lentejas que en unos cuencos serían servidas.

Luego de las masas secas y una copa de champagne, la reunión gastronómica quedó finiquitada.
Así que Lucho recordó el condimento adicional contar una historia o experiencia que nos hubiera llamado la atención.

En esta oportunidad el que estaría en el centro de la escena y contaría su historia seria José.

Todos nos dispusimos a escuchar que cosas tenia que decirnos.

… Su relato comenzó con una lacónica frase: “Ésta historia es muy fuerte y delicada”. Esa presentación nos llamó un tanto la atención.

… Que insospechados son los caminos por los que he transitado últimamente. Esta es una historia real, igual supongo a muchas, pero muy diferente para mí pues soy parte y actor principal de esta obra.

… Hace unos días, estaba en mi consultorio cuando recibí una llamada. La voz de un hombre con voz entrecortada y que denotaba timidez, me pidió tener una reunión, con el fin, según dijo, tratar un tema de orden estrictamente particular.

… La forma y educación de su pedido me hizo aceptar el convite, así que quedamos en encontrarnos en mi consultorio al otro día.

… Cavilaba sobre qué cosa tendría que decirme y por otra parte no sabia si había hecho bien al aceptar la entrevista, pero en mi interior había una fuerza superior que me llevaba, sin saber porqué, a aceptar su pedido.

… Llegó el día y un joven se me presentó; era un colega médico cuya especialidad era cirugía. Esta situación hasta entonces desconocida me tranquilizó. Su aspecto era de un hombre educado y fino, vestía un traje claro, una camisa al tono y al comenzar las presentaciones lógicas de rigor, noté su voz entrecortada.

Mi nombre es Pedro y el motivo de mi visita obedece a que mi esposa, quiere conocerlo, pues ella es su hija. Esas palabras fueron una bomba. Por un instante el silencio se adueño de ambos. Lo miré fijamente apelando a ver en su mirada el complemento de la veracidad de lo que me había anunciado y le hice repetir nuevamente lo que me decía.

Por un instante no sabía que hacer, ni que decir. Solo atiné a sentarme en mi sillón. Imaginé mi cara, seguramente que una muestra de angustia y sorpresa me había desfigurado el rostro. Lo miré con la incredulidad que esa impactante noticia tenía.

Mis primeros pensamientos fueron sobre cuando y como había sucedido, quien sería su madre cual era su nombre, cuantos años tenía, como sería, y sobre todo si esa persona desconocida que estaba enfrente mió decía la verdad.

Traté de tranquilizarme, de entrar en una conversación acorde con la noticia. ¿Mi primera pregunta fue, cuantos años tiene y como se llama? Tiene 32 años y se llama Adela.

Luego de tal precisa contestación quería debelar sobre un pasado oculto durante tantos años, sobre quien sería la madre, pues según las fechas yo tendría algo mas de veinte años.

Mi cabeza era una suerte de rompecabezas, la vista se me había nublado y padecía de una migraña insoportable.

Continuó recordándome que su presencia obedecía a que Adela, quería conocerme. Si bien no sabia sobre la veracidad de lo que me estaba comentando era tan grande la intriga que no dude, así que le dije que yo también, saber que había sido de una vida que si bien supuse a ésta altura de los acontecimientos era de la misma sangre, se me presentaba como una desconocida.

Le di el número de mi teléfono móvil y quedamos que ni bien ella estuviera dispuesta, yo quedaba a su disposición para encontrarnos, conocernos y charlar sobre nuestras vidas.

Esa noche no pude dormir, cosas borrosas sobre los encuentros sexuales juveniles fueron repasados incorporando personajes y situaciones ya olvidados, tratando de imaginarme quien sería su madre, pues pese a preguntárselo Pedro no quiso revelar, pues según él, Adela, quería decírmelo.

A esta altura del relato de José, ninguno de nosotros podía creer lo que estábamos escuchando.
Lo conocíamos muy bien, sabíamos de sus sentimientos, cómo ha sido su dedicación con los tres hijos varones que la vida le regaló, así que sin decirlo entendimos sobre el difícil momento que estaba pasando.

Nadie hizo preguntas, creímos en ese momento, que lo mejor sería estar en silencio para que continúe su relato, y así prestarle nuestras orejas para que se descargue. Luego de un instante de incertidumbre y asombro, continuó con su relato.

… Al otro día por la tarde sonó el celular, y una voz femenina me dijo. Hola José, soy Adela y es mi deseo conocerte.

Inmediatamente acepté. Con voz entrecortada le dije, cuando tú quieras, aunque interiormente yo quería procurar que el encuentro sea de inmediato, para poder develar todas las incógnitas que a esta altura me estaban torturando.

Que buscaba Adela luego de tantos años, un padre idealizado, el reproche por el abandono, un pedido de su madre o ya como una persona mayor el conocernos aventar la negativa materna de tantos años.

De todas maneras quedamos en encontrarnos al día siguiente en mi consultorio, pues el lugar le quedaba cómodo y de paso a su casa. Yo bien sabía que esa espera sería eterna.

Esa noche las preguntas me invadieron, ¿Porque la madre nunca me había dicho nada?, ¿Quién era la madre?, ¿Cuando había sucedido?, ¿Cuando y como se lo diría mi esposa y a mis hijos, cuál sería la actitud que cada uno tomaría al enterarse? ¿Como y cuando les comentaría a mis hermanos? ¿Como recibiría la noticia mi madre próximo a cumplir 84 años?, entre tantas otras cosas.

Esa mañana me levante más temprano que lo habitual, no podía mirar a nadie a la cara, esa sensación de impotencia, angustia, vergüenza me oprimía el pecho, seguía cavilando sobre si mis afectos creerían que durante tantos años yo no hubiese estado enterado.

Las horas iban pasando. Cada minuto era una tortura, a cada rato miraba el reloj esperando el tan ansiado encuentro, que se produciría recién a las 4,30 de la tarde de ese miércoles 23 de abril.

Por fin el timbre sonó, me levante del sillón, tropecé torpemente con la pata del escritorio, casi me caigo; mis manos estaban mojadas y las piernas me temblaban.

Antes de abrir, inspiré hondo, traté de serenarme para no ofrecer una patética imagen. Abrí la puerta y allí estaba.

Hola José soy Adela, se acercó y me dio un fuerte abrazo y un beso, ello fue suficiente para saber que esa persona que estaba enfrente era mi hija.

Esas primeras miradas a los ojos, sin emitir sonidos, tuvieron el contenido de años de no saber nada de su vida.

Debo primero confesarte que yo siempre supe de tu existencia, a escondidas fui siguiendo tu vida espiando el camino que ibas recorriendo pero nunca me anime a acercarme, es por ello que envié a Pedro a que produjera este encuentro así que bueno acá estoy es hora que nos empecemos a conocer y ver si tenemos la capacidad de recuperar no el pasado pero si la posibilidad de compartir juntos el futuro.

No fue un encuentro lloroso, al contrario fue un encuentro cargado de ilusiones. Ambos habíamos cruzado el puente de la angustia, sin reproches por el de la esperanza.

El aspecto juvenil me fascinó, ¿cuando naciste? un 28 de noviembre, casi somos del mismo signo torpemente le dije.

Ella asintió con su cabeza sin expresar nada,… soy Oftalmóloga y desde hace 10 años estoy casada, con Pedro, pero aun no eres abuelo.

Al igual que tú soy médica y perito en los juicios, las coincidencias genéticas parecían comenzar a jugar un papel inesperado.

La cara y su sonrisa me dieron ánimo y pese a no conocernos, había una suerte de complacencia y placer por el encuentro.

A esta altura me develó el secreto de su madre. Era Juana, una compañera con la habíamos mantenido una corta relación, en los últimos años de la facultad, cuando cursamos la misma materia.

La decisión de mantener oculto el embarazo tal vez por una incidencia de esos tiempos ella eligió ese camino. Eran otros momentos y sus padres la apoyaron y cubriendo sus necesidades.
Estábamos fascinados y absortos por la noticia y el relato de José, así que procuramos un paréntesis. El baño fue la excusa, nos levantamos y estiramos las piernas entumecidas por la noticia.

Mientras esto sucedía me puse a pensar sobre el concepto de la felicidad, y que diferente es para las personas. Mientras algunas arriesgan la vida para vencer la montaña a otros esa misma situación les produce pánico.

No se porque se me representaron esos rugbiers uruguayos cuando el avión cayó en la cordillera y pese a todo algunos supieron y pudieron sobreponerse a una situación bien complicada que nunca habían imaginado.

Así pensaba que era el tránsito en estos momentos de la vida de José y que como los rugbiers, sortearía con seguridad. Pasado el paréntesis obligado y técnico, nos dispusimos a seguir escuchándolo.

El paréntesis, puso fin a la historia, la que concluyó diciéndonos: el domingo fue el día del padre y al encontrarnos para festejarlo ha sido el puntapié para recuperar los tiempos del olor a lluvia, la primera muñeca o el estar ausente al recibir el diploma en la facultad, entre tantas otras.

Así como verán, últimamente me han pasado cosas fuertes pero creo que cuando hay buena voluntad y sangre de por medio se pueden solucionar en la superficie, pero sigo preguntándome como será el futuro, y de como será ese fondo interior que pocas veces suele salir a la luz.

Terminado la historia ninguno emitió sonido alguno, la noticia nos había asombrado y abrumado pero había llegado la hora de despedirnos, y así lo hicimos.

Al llegar a casa repasé mentalmente lo que había sucedido y entonces, recordé a Don Miguel de Unamuno, cuando dice: “Hay que olvidar para vivir. Hay que hacer un hueco, para lo venidero. “El alma de los seres humanos es muy pequeña, si la vamos llenando de rencores, la tendremos siempre llena y no podrá surgir de ella ni un solo acto de amor.

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