lunes, 19 de enero de 2009

Hoy encontré la felicidad


¡Hoy, encontré la felicidad!

Las personas son irrazonables, inconsecuentes y egoístas,
ámalas de todos modos.
Si haces el bien, te acusarán de tener oscuros y motivos egoístas,
haz el bien de todos modos.
Si tienes éxitos y te ganas amigos falsos y enemigos verdaderos,
lucha de todos modos.
El bien que hagas hoy será olvidado mañana,
haz el bien de todos modos.
La sinceridad y la franqueza te hacen vulnerable,
se sincero y franco de todos modos.
Lo que has tardado años en construir puede ser destruido en una noche,
construye de todos modos.
Alguien que necesita ayuda de verdad puede atacarte si le ayudas,
ayúdale de todos modos.
Da al mundo lo mejor que tienes y te golpeara a pesar de ello,
da al mundo lo mejor que tienes de todos modos.
MADRE TERESA DE CALCUTA


Cuando falleció mi esposa Rosa, hace algo más de cinco años, mis hijos decidieron que ya no debería vivir solo.
Me enorgullecía su preocupación, pese a que la idea no me gustaba, aún así accedí a sus deseos.
Mi hija Juana vivía a pocas cuadras de mi casa, así que como no me alejaba del barrio y mis vecinos, acepté mudarme.
De ahora en más ellos me vigilarían. Pareciera que un lazo invisible transforma en obligación de las hijas el cuidado de sus padres.
Una amplia habitación con un baño en suite se convirtió en mi nueva morada. La casa era amplia y muy confortable.
El cambio que se produjo en mi vida fue importante. Pasé de la soledad, al bullicio de una casa en movimiento y rodeado de afectos. Por esas razones el aquerenciamento no me resultó para nada traumático.
Compartía con mucho cuidado los tiempos familiares, tratando de no interferir ni de estar presente cuando no correspondía.
El pago de tantas alegrías las compensé de la siguiente manera: Los lunes, era el responsable de llevar a los chicos al colegio, los martes, tenía que ir a buscarlos a natación, el miércoles, los acompañaba a las clases de inglés, los jueves, me tocaba retirarlos de las clases de tenis y los viernes a la noche los cuidaba si los padres salían.
Eso sí, los sábados y domingos tenía franco, y los dedicaba a ir al club, reunirme con amigos y jugarme algún truco.
Así iba pasando mi tiempo, cuando corrían los primeros meses del siglo veintiuno y estaba próximo a cumplir mis flamantes 80 años.
Llegó el día del cumpleaños, Juana junto a su marido Pepe, y sus dos hijos, mis nietos, Pedro y Manuel, se pusieron en el rol de anfitriones y organizaron la fiesta. No me dejaron participar en nada, al fin de cuentas yo era el homenajeado.
Esa tarde no tenía nada que hacer. Me acosté a dormir la siesta, pues por la noche estaban planeados los festejos, con una cena e invitados especiales.
Descansé hasta pasadas las seis de la tarde, luego de afeitarme, bañarme y pasar por el ritual de elegir la ropa que luciría, me dispuse a esperar a los asistentes.
Pasadas las ocho de la noche llegaron, mi otro hijo José, su esposa Carina, y mi otra nieta, Natalia. Completaban la lista de invitados al evento el único amigo de la infancia que me queda con vida, José, y Felipe, compañero de andanzas de estos días, buen jugador de bochas, truco y tute.
Luego se sumaron la suegra de Juana, Matilde y los padres de Carina, Alfonso y Clementina.
Pepe, siempre fue un gran asador y esa noche lo demostró. En la parrilla junto a la carne, se destacaba su especialidad, unos ajíes rojos rellenos con huevo, queso provolone y pimienta recién molida.
Todo estaba en marcha. El inconfundible dorado que iba tomando la carne, junto al típico olor del fuego hecho con leña, nos abría el apetito.
El menú se completaba además de varias ensaladas, de una torre de panqueques rellenos bañados con mayonesa casera, que Juana había preparado con la misma técnica y receta que utilizaba su madre.
José y Carina se habían ocupado de la torta y los regalos.
El comedor avisaba que estaría de fiesta. La mesa con los doce platos, sus correspondientes cubiertos, las servilletas de seda blanca y las copas de cristal acompañaban al florero con rosas rojas y a los candelabros con velas amarillas que encenderían al momento de sentarnos a cenar.
Tomamos ubicación. Como a todo homenajeado me sentaron en la cabecera y mis dos hijos se ubicaron a cada lado.
Así fue pasando la noche, saboreando el asado y las ensaladas, entre chistes y recuerdos.
Había llegado la hora. Tras cantar el tradicional “Cumpleaños Feliz”, después del beso y los deseos de todos, me dispuse a soplar la única vela de la torta. En ese momento caí en una dura realidad.
Cuántos años cumplidos y qué pocos me quedaban por vivir.
Por primera vez esa idea avasalló mis pensamientos. Es que siempre gocé de buena salud, tengo todos mis dientes y leo sin anteojos, aunque algunos cabellos han desaparecido.
De todas maneras, he mirado varias veces el espejo, pensando que cuando me llegue la hora, entregaré el cuerpo bastante deteriorado, pues se habrán apoderado de él los males que el paso de los años te regala.
La reunión fue transcurriendo tal como la habían organizado, hasta que se hicieron casi las dos de la mañana. José, mi amigo de la infancia, y Felipe, compañero de truco, decidieron retirarse.
Aprovechando tal circunstancia y con la excusa del cansancio me retiré a mi habitación. En realidad quería estar solo y meditar sobre esa idea que me había atrapado, al momento de apagar la vela.
Como cualquier viejo, estaba rodeado de recuerdos. Un retrato tomado junto a mi difunta esposa Rosa y a mis hijos Juana y José cuando eran chicos, de vacaciones en Mar del Plata, otro con mis nietos, una lámpara comprada en un viaje por Venecia, un banderín de mi equipo de fútbol, unas copas ganadas en campeonatos de truco, y mis infaltables, queridos y necesarios libros.
Los contemplé recostado desde la cama, sentí la necesidad de festejar también con ellos mi cumpleaños y de agradecerles el regalo de los momentos compartidos.
Tal vez por la presencia de esos objetos, o no sé por qué extraña razón, comenzaron a surgir inesperadamente, al igual que borbotones del arca interior de mis recuerdos, vivencias de hechos y acontecimientos pasados.
Con claridad advertí, qué diferentes son las cosas con el paso de los años y qué desiguales resoluciones hubiera adoptado hoy, ante las mismas circunstancias.
Me reproché entonces, sobre el tiempo que me había pasado trabajando, solucionando problemas de los demás, y del poco tiempo que me había dedicado para compartir la vida con mis hijos.
No sé en realidad como ocurrió ni qué pasó, pero entré en un letargo. Allí parecían salir personajes de mis libros.
La realidad se confundía con la imaginación; no apreciaba con claridad si estaba soñando, o no
Seguí con esa visión, repasando historias de otras épocas, no podía precisar si las había vivido, pues los protagonistas no me pertenecían, ninguno de ellos me era conocido.
En un momento, entre esos sueños, me pareció ver el reloj. Las agujas se movían velozmente; tenía la sensación de haber transitado mucho tiempo por un largo camino.
Un remolino del que no deseaba salir me llevaba al interior de la conciencia, estaba cómodo, con una sensación de bienestar, paz y felicidad que nunca había experimentado.
Las imágenes que se presentaban eran de personas jóvenes, de una edad indefinida.
Hablaban de economía, de cuánto compraban y gastaban, pero en sus caras se advertía lo poco que lo disfrutaban.
Observé cómo competían por tener más bienes y nuevas posesiones. Rivalizaban sin razón e incorporaban el odio a la competencia.
Toda la charla pasaba por el trabajo, pero nada hablaban de sentimientos.
Estaban aprendiendo a armar una vida, pero no estaban aprendiendo a vivirla. No advertían que la envidia puede ser el peor enemigo del éxito.
A esta altura de los acontecimientos me sentía cada vez más confundido. No entendía lo que me estaba pasando ni por qué estaba yo ahí, husmeando la vida y las conversaciones de desconocidos.
De repente, las caras y las situaciones se fueron transformando y empezaron a tener sentido.
Ellos eran amigos, gente conocida, con la que había compartido diferentes momentos de mi vida, pero ahora estaban todos juntos y para sorprenderme aún más, yo era uno de ellos
Podía escuchar sus conversaciones pero con un agregado: conseguía leerles las mentes y saber cuáles eran sus verdaderos y más íntimos pensamientos.
Con asombro percibí las discrepancias entre sus palabras y los fines perseguidos
Con unos había vivido momentos agradables y familiares, con otros había compartido experiencias de vida y laborales, pero ahora se me presentaban como en realidad habían sido y como nunca había imaginado. Muy pocos eran coherentes entre el discurso y los pensamientos.
Recordé aquello de que en la vida uno logra tener muy pocos y fieles amigos, y sentí la confusión de no haber podido distinguir en el pasado, amigos, de conocidos.
Recién entonces comprendí que había gastado lágrimas y risas, que no siempre habían sido correspondidas.
Como dice el proverbio, había lanzado palabras como flechas impensadas e injustificadas, que no pude volver atrás.
Había caminado por tiempos y compañías estériles, que no sumaban en mis sentimientos, y, en cambio, había transitado espacios y personas, sin darme cuenta cuán valiosas eran.
Cuando disponía de poco dinero, envidiaba a los que más tenían, y cuando disfruté de una mejor situación económica pensé, que con el dinero podía comprar todo, hasta el amor.
La vida se me presentó transparente como nunca, llena de intrigas, fracasos, éxitos, enojos y pasiones.
Supe que cada uno de estos estadios merece ser experimentado, pues resultará una experiencia única e invalorable.
Cada uno tendrá así la existencia que mejor quiera, y será su resultado y su consecuencia.
De pronto empecé a ver las cosas con claridad, a comprender qué es la felicidad y cómo se puede lograr.
Cuándo más me daba cuenta de cómo ser feliz, de la necesidad de ser ricos en sentimientos, de cómo tejer el hilo del corazón en lugar del hilo del bolsillo, comencé a transitar por un largo túnel.
Recién allí me di cuenta de que la decisión depende de uno. La felicidad, entendí, es como la vida: la comprendes cuando ya es un poco tarde,… ¿saben porqué?: “Porque esa noche fue la última de mi paso por la tierra...”

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